11.03.2009

Tristeza

Otra narración breve sacada de un blog anterior que llevo actualizando un poquito más que éste. Postearé lo que tengo allí a razón de narración por día (vamos a excluir los fines de semana) hasta que los dos blogs estén igualados.

El ejercicio en cuestión trataba de buscar en mi casa algo que pudiera inspirarme un relato. Era agosto, si no me equivoco y, al mirar por la ventana, decidí crear algo totalmente opuesto a lo que se veía a través de ella. Salió una cosita un poco rara aunque no me desagrada ^^

Título: Tristeza
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 730
Género: se me hace difícil definirlo... así que lo dejo sin etiqueta
Nota: Esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com . Gracias.

Tristeza

Observo la lluvia caer detrás de los cristales de mi ventana. Estoy sentado en la repisa, con un té caliente entre las manos y una manta envuelve mi cuerpo. Aún así, el frío del otoño se me mete en los huesos. Dentro de poco tendré las piernas tan entumecidas que ni siquiera me podré mover.

Ella se fue hace tres noches. Me dijo que la vida conmigo ya no era vida, que había encontrado a alguien que sí sabía lo que era que la sangre le corriera por las venas. Sin ella estoy perdido, lo sé, lo sabía, es por eso que la seguí.

No cogió ropa al irse ni tampoco dinero. Al sitio que iba, dijo, no lo necesitaba. Solamente se llevó un relicario en el que tenía una foto de su madre, en paz descanse. Salió de casa en plena noche. Yo esperé unos minutos y bajé detrás. Sabía que si me veía se iba a enfadar conmigo, que me iba a gritar. Iba a perderla para siempre si me descubría pero si no la seguía… ¿quién sabe si volvería a verla?

Se metió por un callejón oscuro cerca de la estación, a unos minutos andando desde la que fuera nuestra casa. Ahora la miro y me parece desierta, sombría. La luz mortecina de la luna de otoño se filtra a través de las cortinas deshilachadas por donde antes entraba la luz cálida del día.

Apenas veía nada en el callejón, las farolas que debían de iluminarlo o bien estaban rotas o bien estaba fundidas. Avanzó un poco más entre las sombras y, de repente, una sombra se le agarró y la besó como yo jamás he sabido hacerlo. Un gemido se le escapó cuando el individuo creyó oportuno soltarla y se quedaron mirándose un instante, como si el tiempo significara tan poco para ellos como para los árboles milenarios.

Era un tipo alto pero poco más que yo. Vestía elegantemente, con un traje oscuro que resaltaba su figura esvelta y juvenil. Así que era aquello: dinero y belleza. Los dos grandes tabúes de nuestra era me habían superado. Ahora me daba cuenta de porqué la gente envidia y odia a la vez a la gente que es guapa y rica.

Pero él no era gente, al menos no en el sentido corriente de la palabra. Tenía algo perturbador, como un aura que le rodeaba y que hacía que todo lo que tenía cerca se convirtiera en silencio. Había algo en sus ojos, un brillo que resistía la oscuridad del callejón, un brillo que se había instalado también en los de ella.

Lo supe cuando se volvieron y me descubrieron, cuando me miraron como si no les importara que la hubiera seguido. Me miraron y me sonrieron con sus labios rojos y sus dientes blancos que refulgían en las sombras. Y entonces me di cuenta de que ella ya no era parte de mí sino de él, de que el beso que me iba a dar en ese instante sería el último que recibiera.

Desde que se fue, desde ese último encuentro, la casa se me cae encima y siento el frío del invierno venidero crecer en mi cuerpo como si lo fuera a inundar. Sólo quiero cerrar los ojos y descansar en paz…


***

- Le acompaño en el sentimiento, señora Martin.
- Muchas gracias, joven. ¿Conocía usted a mi hijo?
- Sí señora, trabajaba con él en la oficina. ¿Qué fue lo que realmente le sucedió? Un día estaba bien y al siguiente,…
- Bueno, Marta se fue y…
- ¿Fue eso todo? ¿Se hizo daño por la separación?
- Oh no… no se hizo daño a sí mismo, no…
- Disculpe la impertinencia, señora…
- Oh, no se disculpe joven. No importa. El caso es que simplemente enfermó. Se pasaba los días sentado en la repisa de la ventana. El sol le daba tanto que podría haberse quemado pero él aseguraba que hacía un frío invernal y que la lluvia le relajaba. Es agosto ¿sabe?
- Claro…
- Él parecía no saberlo. Ni siquiera ha llovido en todo el verano…
- ¿Y como es eso posible?
- No lo sé, hijo, nadie lo sabe. Los médicos sólo me dicen que es como si se le hubiera consumido la sangre. Mi hijo se fue apagando y cuando murió, ya no le quedaba ni una gota dentro.

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