12.10.2009

Apariencia

Historia un poco cínica, la que me ha salido, en un ejercicio de lanzarme a escribir sin plantearme personajes, historia, ni nada de nada a excecpción de el nombre de una calle.

La verdad, todo hay que decirlo, es que llevo unos días poco inspirada y, aunque he escrito cosas que han valido la pena (y que guardo como oro en paño), las Navidades no son mi época más prolífica (será por todo este ambiente desagradable de compra compulsiva y nerviosismo generalizado XDD). Seguramente, ahora que lo pienso, tenga ésto algo que ver con el tono del relato que sigue.

Vosotros juzgáis o no, aunque siempre es grato saber que leéis ^^

Título: Apariencia
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 914
Género: narración
Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

La calle Brahms era un sitio que sorprendía a los sentidos. Y no hablo de sorpresa en su acepción más agradable, como la sorpresa de amanecer antes que el sol, ir a la cocina a por un vaso de agua y encontrar el comedor inundado de regalos. No. Lo sorprendente de la calle Brahms, lo que la definía y la definirá hasta el fin de los tiempos, es que era la imagen, el olor, el tacto, el sabor y el sonido de la más absoluta repugnancia.

Alargada y serpenteante, la calle se adentraba y cruzaba de punta a punta el barrio más peligroso, sucio y miserable de cuantos hubiere en la ciudad. Sus adoquines resquebrajados y tambaleantes propagaban el eco de los pasos de traficantes y prostitutas, y precipitaban al suelo a vagabundos y transeúntes, que manchaban sus negras losas con la sangre y el vino de sus bocas. Las aceras imperceptibles acogían los vehículos de toda clase de maleantes, que se detenían en plena calle a cualquier hora del día o de la noche para llevar a cabo robos, asesinatos, violaciones y toda suerte de fechorías.

Los disparos, gritos, insultos, improperios, golpes, bocinazos y el sonido de cristaleras desplomándose contra los suelos hechas añicos componían la banda sonora que acompañaba la vida en la calle Brahms. El olor que la distinguía mezclaba sangre, sudor, vino y orina.

Ése era el barrio, la calle y el hogar en el que vivía y trabajaba la dulce Meribet. Su nombre, sacado de un culebrón televisivo por su madre y aceptado a regañadientes por un padre que en su casa jamás tendría voz ni voto, le había acabado proporcionando grandes beneficios en su profesión, pues todos sus clientes asumían que se trataba de un seudónimo y ninguno jamás conseguía sonsacarle su nombre real.

Meribet se paseaba por la calle Brahms, arriba y abajo todo el día, buscando clientes que le dieran, a cambio de una mano experta, el dinero suficiente como para comer, pagar un techo y alimentar a su hijo. La mayoría eran malhechores, por supuesto, venidos de todas partes de la ciudad. Deseaban un alivio de sus penas, sino la absolución ficticia de sus pecados que podía proporcionarles el oficio de la dama. Y ella era realmente buena en eso.

Había otras, por supuesto, que competían con sus habilidades por los clientes. Pero Meribet tenía un arte, un saber hacer, que les faltaba a la mayoría de ellas y a gran parte de ellos. El oficio era difícil, a pesar de todo, pues los hombres solían ser duros competidores y más de un mes y de dos, Meribet había tenido que ofrecer otra clase de servicios además de los que le eran propios para conseguir el dinero suficiente para seguir adelante.

El lugar de trabajo de Meribet era su propia casa, a penas treinta metros cuadrados de piso en un bloque de edificios que se perdía en el cielo, tapando el sol de la vista de cualquier transeúnte de la calle Brahms. Una habitación mugrienta y mal iluminada le servía como lugar de reuniones donde llevar a cabo el intercambio con sus clientes. Desgraciadamente, no le proporcionaba la intimidad suficiente como para no oír la televisión que Marcos, harto de las constantes idas y venidas de su madre con todo aquél elenco de tiparracos a su casa, se empeñaba en subir de volumen cada cinco minutos.

Las visitas solían ser cortas aunque constantes. Había clientes que llevaban acudiendo a casa de Meribet más de diez años, incluso antes de que Marcos hubiera nacido. Él no sabía quién era su padre, como tampoco lo sabía Meribet o, almenos, eso decía ella. Marcos tenía la extraña sospecha y el sueño de que su madre sí lo sabía, y de que su progenitor era un hombre de bien, alguien que había caído por error en las garras de su madre y su pérfido negocio y que había sabido huir a tiempo, alguien que vivía muy lejos de la calle Brahms y toda su inmundicia y que un día iría a buscarle y se lo llevaría a un lugar mejor.

Marcos solía soñar despierto, con la televisión a todo volumen mientras su madre atendía a algún cliente o a dos o tres a la vez en su sala de reuniones, acerca de ese lugar mejor. Soñaba con edificios altos, pero no tanto como para tapar la luz del sol y el azul del cielo. Soñaba con una casa grande, bonita, soleada, bien decorada, con las paredes pintadas de blanco o azul en vez de empapeladas de verde; con sillas y sofás mullidos en vez de muebles de madera vieja; con mesas familiares en vez de escritorios con cajones; con radiadores que funcionaran de verdad en cada habitación en vez de una chimenea inútil plantada en medio del salón.

Los ruidos, gritos y golpeteos en la sala donde su madre atendía a los clientes se convertían en música en los sueños de Marcos, en los que él siempre estaba con su padre, un hombre de bien, un hombre con un oficio digno como el de lampista, mecánico, tendero o barrendero. Porque en los sueños de Marcos, su padre era ése héroe que le apartaba de Meribet y de la maldad que reinaba en la calle Brahms, y lo llevaba a ese lugar especial, ese sitio diferente que cubría la inmundicia con un velo de inocencia, donde los traficantes se llamaban ejecutivos; los maleantes, hombres de negocios, y las prostitutas, abogados.

11.25.2009

Eufemismos

- ¿Os habéis dado cuenta de lo mucho que decís la palabra “eufemismo”? – dijo el amigo, reclinado sobre la silla de mimbre en el balcón del chalet.

El aire era frío, nada estival. Porque no era verano; era el puente de mayo (uno de los muchos que hay repartidos por todo el año) y se celebraba la primera visita del verano a la playa, o al menos, era lo que hacíamos nosotros. El mar lamía plácidamente la arena unos metros más abajo, muy cerca de donde nos echamos a reír y olvidamos la anécdota, como hacemos con todas, para rememorarla en las sucesivas quedadas.

- ¿Dices esto como eufemismo de…? – solíamos preguntarnos unos a otros, y hay quien conserva aún la manía.

Es una pregunta retórica, o debería serlo, puesto que en esta vida casi todo lo que decimos lo decimos como eufemismo de algo.

Decimos original como eufemismo de raro, diferente como eufemismo de extravagante, imaginativo como eufemismo de perturbador. Utilizamos simpático para no decir gordo, independiente para no decir solterona, de color para no decir negro, asiático para no decir chino o chino para designar a cualquier asiático.

Cambiamos mono por “chico que no da asco pero con el que no saldría ni cobrando”, extremado por “digno de una prostituta de las Ramblas”, maduro por “viejo para mí, pero que no anda con bastón”, o muy joven por “niñato que no ha pisado más allá de las faldas de su madre”. Hacemos trueques con el lenguaje, trapicheos malévolos esperando que nadie se dé cuenta de a qué nos referimos en realidad con aquello que estamos recubriendo con la capa del eufemismo como si de caramelo se tratara.

Canjeamos términos hirientes como retrasado por otros más simpáticos como cortito, tonta por buena, pertinaz por testarudo, insistente por pesada, indigente por vagabundo, seguro por intransigente, convencional por anticuado, severo por tirano, nerviosa por histérica, ambiciosa por trepa, jovencita por inexperta, estresado por amargado, poco hablador por seco, reservado por tajante, tránsito intestinal por caca, interno por preso, acción armada por atentado, limpieza étnica por genocidio y genocidio por asesinato. Disfrazamos al soborno de tráfico de influencias, a la crisis de desaceleración, a la mentira de falta a la verdad, a la caja de cerillas de piso íntimo, a la persona que no encaja en nuestra visión cuadriculada del mundo de alguien especial.

Y lo hacemos todos: mentiroso quien quiera salvarse.

Hay grados, claro, como los hay con los prejuicios, la psicopatía o los resfriados. Pero en mayor o menor medida, todos acabamos teniendo.

Y llega el punto en el que usamos eufemismos hasta para el trabajo, denigrando puestos que jamás habrían sido vergonzosos de no ponerles nombres rimbombantes. Intentamos dignificar oficios de por sí muy dignos con títulos pseudoacadémicos. Cambiamos al bedel y a la señora de la limpieza por técnicos de mantenimiento, al policía urbano por un cuerpo de seguridad y control del tráfico, al dependiente por personal de ventas, al camarero por empleado de hostelería, al ama de casa por una empleada del hogar y a la puta de toda la vida, la cambiamos por una trabajadora del placer o de la noche.

Y ha habido momentos, no lo negaré, como ese día en la playa, en los que los eufemismos nos han proporcionado grandes dosis de risa. Esto no es, al contrario de lo que pueda alguien pensar, una reivindicación panfletaria contra el eufemismo como fenómeno, sino solamente una pequeña queja sobre la reciente falta de imaginación del mismo. Y no digo imaginación como eufemismo de extravagancia, sino de complejidad, de juego, de doble sentido, de astucia lingüística.

¿O no era más gracioso llamar a un burdel “casa de sombreros”, “casa de tolerancia” o incluso “whiskería” que “local de alterne”? ¿No era más imaginativo llamar a una prostitutas “halcón nocturno” o “señora que fuma” que “trabajadora sexual”? ¿No tenía más gracia cuando la cárcel era el “trullo”, “la sombra” o “Chirona” que un “centro penitenciario” o de “restricción de la libertad”? Bien, seguramente no para los presos, pero para que nos entendamos. ¿Cuándo perdimos la capacidad o la voluntad de esconder lo que no nos atrevemos a decir bajo expresiones un poco trabajadas? ¿Cuándo empezamos a dejar de decirlo absolutamente todo por su nombre, por cierto?

¡Ah! Qué buenas expresiones aquellos eufemismos que llamaban al ladrón amante de lo ajeno, aquellos en que los feos no eran poco agraciados sino que les sentaba bien la oscuridad, los que otorgaban a los bizcos el poder de mirar contra el gobierno. ¡Qué grandes eufemismos de cagar el ir de vientre, sentarse en el trono o visitar al señor Roca! O la explicación de qué se va a hacer exactamente en el retrete según el cabal de las aguas…

Afortunadamente, hay campos en los que siempre destacará la imaginación (en un mayor o menor grado de acierto) en lo que a eufemismos se refiere. Sino lo creéis haced el ejercicio y decidme cuantas palabras, fuera de lo que hoy se considera “políticamente correcto”, podéis nombrar como eufemismo de emborracharse, porro y pene.

11.16.2009

Descripción

Otro de los ejercicios del curso de narrativa, éste se trataba de escribir una descripción de un personaje que diera la idea de cómo es el personaje en todos los ámbitos.

Hice tres: una convencional, una enumeración y un diálogo. Y la que va a quedar en el blog va a ser la enumeración, que es un experimento en el que tenía poca fe en un principio pero que creo que ha acabado teniendo un buen ritmo y dando la impresión que quería transmitir.

Título: Descripción / enumeración
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 334
Género: descripción
Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

Despertador, ducha, albornoz, café, periódico, ropa, maletín preparado de la noche anterior. Ascensor, llave del garaje, coche deportivo. Dar los buenos días al vigilante con un gesto, con el periódico todavía en la mano.

Aparcamiento de la empresa, plaza 7B. Comprobar la crencha y el nudo de la corbata en el espejo plegable del coche. Salir, cerrar, caminar hasta el ascensor de personal y activar la llave hasta el séptimo piso.

Otra gente en el ascensor: no se conoce, no se saluda. Se bajan en la cuarta. Tres plantas para comprobar los zapatos de cuero brillantes e impecables, los pantalones de pinza oscuros sin una sola arruga, el sudor que no ha empezado a aparecer todavía en las axilas de la camisa blanca ni en las de la americana del traje, a juego con los pantalones. Se ha olvidado el sujeta-corbatas pero es un hombre joven: da una imagen de dinamismo y modernidad. No lo necesita. El reloj de pulsera de oro macizo es lo que realza su estatus.

No hay anillo de casado, ni mujer ni prometida. Ni siquiera una pareja estable. Su cara en el espejo del ascensor le dice a veces que quizás ya no es tan joven después de todo. Una campanilla anuncia la llegada a la séptima planta. Saluda a la secretaria, a un par de compañeros. Entra en el despacho.

Mensajes: reunión después del almuerzo, comida con el director del bufete (esperanzas de ser socio en bandeja de plata), reunión de la tarde cancelada. Una oportunidad para ir al gimnasio.

Repasa ficheros de casos del maletín a la mesa y de vuelta al maletín. Llamadas a la secretaria, comprueba el correo electrónico y de almuerzo, una manzana. Reunión, trabajo, comida de trabajo, éxito en el trabajo, gimnasio, llamada de trabajo, visita a un cliente, éxito en el juzgado, bonificaciones salariales, gran trabajo.

Y por la noche: coche, ascensor, casa, brandy y cena para uno frente al televisor, masajeador de pies automático, pijama de seda y cama vacía.

11.11.2009

Enumeración

El siguiente ejercicio consiste en, leídos unos textos, buscar en el diccionario diez de las palabras que aparecen en ellos. Una vez buscadas, anotar la séptima palabra que aparece debajo de la que buscábamos y anotarlas todas. Con las diez nuevas palabras, escribir una narración en la que aparezcan todas.

Es un ejercicio con un poco de complicación pero la verdad es que es uno de mis favoritos, como el de seguir la histporia dada una frase.

En este caso, mis palabras fueron: Obsesión, intensificar, articular, batido, osadía, enjundia, horripilar, obscenidad, ventilar, calentura.

Y éste, el resultado:

Título: Ejercicio 2
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 1673
Género: terror
Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

(Este cuento ha sido borrado por posibilidad de publicación.
Gracias por leerme y disculpad las molestias.
Anna Morgana Alabau)

11.10.2009

La casa sin...

Otro de los ejercicios del curso de narrativa que estoy haciendo, éste consistia en describir una casa físicamente y también su ambiente, sin utilizar un elemento: una letra que me fue dada (a ver si alguien adivina cuál ^^).

Título: La casa sin...
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 311
Género: descripción
Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

Las baldosas dibujan complicados adornos a cada paso; nos transportan por la casa, por sus salas tan únicas y tan variadas, cambiando sus formas a cada habitación.

Naranja, Azul y Amarillo hablan con Gris junto a dos sofás y un balancín. Al otro lado, Rojo mira los cuadros con dibujos de fantasía colgados para adornar los muros pintados con un color poco afortunado y muy chillón. Un poco más allá, tocando a la cocina, Morado y Rosa toman un bocado para almorzar. Cada uno a su ritmo; cada cuál a su hora.

La cocina, antigua y no muy limpia oculta su abandono tras la lustrosa pila con mármol blanco y los armarios y vitrinas, marrón claro, disimulan asimismo la gran ,cantidad de platos y ollas donados por amigos y familia.

La bañera, color crudo, brilla contrastando con la pintura saltada más arriba. Rojo guiña un ojo a Rosa Claro por su tono sin gracia y aún así admirado al dar al baño un aura kitch y una visión cariñosa y nostálgica. Toallas acumuladas, alfombras mojadas, algodoncillos sucios amontonados, cajas y cajas y un aparador con jabón, pomadas, colonias, tónicos, cuchillas, gasas… divinidad dosificada. Caos por norma; armonía para cuatro.

Cuatro dormitorios con cuatro dibujos divisorios.

Amplitud y luz. La cama guarda las distancias. Amàlia y la Pintura cohabitan, batallan, colaboran, inhalan y fundan mundos anónimos con vidas propias.

Portón curtido con clavos y aldaba, ni un trozo sin dibujo ni pintura; ni un armario sin rosas, figuritas, un cáliz o un cirio. Libros por todos lados. Imagina galaxias y barrios sin salir, sólo con computadora y fantasía, con voluntad y constancia, juzgando un solo mundo muy poco para caminar sin imaginar otros. Insomnio ocasional y unas ganas locas por viajar y avistarlo todo.

Dos dormitorios vacíos por pocos días. Dos compañeras más : otras risas sonando por la casa. Mi casa.

11.08.2009

Sigue la historia

A partir de aquí mayoritariamente todo lo que postee van a ser ejercicios de mi recientemente empezado curso de creación literaria. Algunos de ellos han sido revisados y registrados en el Registro de la Propiedad Intelectual para ser mandados como muestra a editoriales (deseadme suerte ^^) .

Éste es el primero de los ejercicios que hice y consiste en, dada una frase inicial, continuar una historia con lo que le acuda a uno a la mente. Y a mí me acudió, ¿cómo no?, terror.

Título: ejercicio 1
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 1464
Género: terror
Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

(Este cuento ha sido borrado por posibilidad de publicación.
Gracias por leerme y disculpad las molestias.
Anna Morgana Alabau)

11.05.2009

Domingos

Otro ejercicio de hace un tiempecillo que consistía en imaginar un día, un domingo, desde el punto de vista de gente que no tiene más en común que lo que todos tenemos en común: ser personas.

Fue un experimento agradable y creo que bastante provechoso. Espero que lo disfrutéis ^^

Título: Domingos
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 2121
Género: decirlo es gafarlo. Mejor decidís vosotros...

Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.


Domingos

autora: Anna Morgana Alabau

Hay días en los que uno sabe que es domingo aún sin haber abierto los ojos; no porque recuerde que el día anterior fue sábado – con todo lo que un sábado implica – sino porque al renunciar a la vista, los demás sentidos despiertan de su letargo y el tacto, el olfato, el gusto y el oído captan la esencia única del tan ansiado domingo.

Sí, porque los domingos se sienten, huelen, saben y suenan muy diferentes al resto de días de la semana.

Para Sandra, la secretaria de dirección de una gran empresa que podría estar en cualquier parte del planeta (en la parte que nos empeñamos en llamar desarrollada, eso sí), los domingos saben a gloria con mermelada de fresas.

La luz se cuela tímidamente por entre las rendijas de la persiana automática que por fin se hizo instalar el miércoles y sus ojos ni siquiera perciben el resplandor atenuado del mortecino sol de invierno, cuyos rayos temerosos no consiguen arrancar las arrugas que se le forman alrededor de los ojos cuando, a veces, los cierra con demasiada fuerza. Sus brazos rodean el cuerpo de un almohadón que huele a melocotones en una cama demasiado grande para una sola persona, permitiendo que la ilusión de compañía perdure un poco más en sus sueños.

Las sábanas frescas envuelven su cuerpo enfundado en un pijama rosa de felpa dos tallas más pequeño de lo que correspondería al concepto de comodidad y sus pies descalzos de uñas decoradas se estremecen al escapar accidentalmente del cobijo de la colcha floreada. La cama tiene el tacto de las nubes y el olor de la primavera aunque fuera el frío hiele los bancos de piedra y el gris haya vuelto a ser el color de temporada con el que se visten las ciudades más cosmopolitas.

Pero ¿qué más da lo que pase afuera si a Sandra el domingo le sabe a dentífrico de menta y a deseo de pastel de chocolate?

Tres pisos por debajo y una puerta a la izquierda, sin embargo, el domingo despierta sensaciones muy distintas. Sensaciones como de culpa y remordimiento, como de error reiterado y consciencia de fracaso; sensaciones como la de ser uno mismo en un cuerpo que no merece porque a pesar de ser domingo, Julio se niega a despertarse con la ilusión del peor de los lunes.

La claridad del sol le molesta en los párpados todavía cerrados y su cabeza se vuelve instintivamente hacia la pared opuesta a la ventana. El hedor a ceniza y cigarrillos le invade ¿o es también un sabor que se mezcla con alcohol rancio y fluidos corporales en el fondo de su garganta?

Tose profundamente entre ascos y mucosidades pero se resiste a despertarse por completo, se resiste a comprobar que lo que nota su tacto no es ni puede haber sido en ningún momento su perfecta y cara almohada enfundada en sábanas de seda nuevas sino un cuerpo ajeno y desconocido a su sobriedad que puede pertenecer absolutamente a cualquiera.

Su memoria divaga por lugares que no se encuentran ni en la vigilia ni en el sueño pero el ayer, el sábado que sabe que fue, escapa de su consciente como el dinero de sus bolsillos. El único problema es que ambos vuelven.

Una lágrima cobarde escapa de un rincón entre sus pestañas entrelazadas pero no se lleva la culpa y la tristeza. Ellas se quedan siempre dentro.

Julio piensa a menudo los domingos por la mañana mientras se hace el dormido hasta que la persona o personas que están acostadas en su cama, a su lado, se cansan y deciden marcharse. Piensa y desea que el dinero se le escape por una vez y no regrese, dejar el trabajo y deshacerse del ojo vigilante y la mano siempre abierta de su querido y generoso padre; desea quejarse de un trabajo esclavo y un sueldo miserable, saber qué es no llegar a fin de mes y tener que contentarse con una borrachera de alcohol de segunda sin poderse permitir más drogas que un par de porros.

Desea ser normal y corriente por una vez en la vida, aunque luego todo siga igual y cuesta abajo como hasta ahora pero al menos – piensa con todas sus ansias – al menos haber experimentado eso.

A veces, los peores domingos, a Julio se le ocurre una idea: desaparecer de la faz de la tierra. Borrar su esencia del mapa sin dejar ni siquiera una nota, o mejor, dejando dicho a su secretaria que se toma un mes de vacaciones para así evitar que nadie salga a buscarlo. Y durante ese mes alquilar un piso diminuto, una ratonera con forma de caja de zapatos de diseño, con ropa tendida en cuerdas que sobresalgan de las ventanas y una cocina tan estrecha que tenga que entrar de lado. Y cuando lo tenga todo atado, le dirá a su padre que ya no le necesita, que no quiere heredar su gran empresa, que nada le satisface más que arreglar su propia vida lo mejor que puede con un empleo de vendedor de enciclopedias.

Ese es el sueño de Julio. “Pobre niño rico”.

En el segundo B, cerca de la salida de emergencia, Antoinette duerme como un bebé abrazada a su más reciente novio, con el que ya lleva nada menos que dos semanas con una sola discusión tonta acerca de qué lado de la cama debería ocupar cada uno. Fernando, mientras tanto, analiza en un estado semiconsciente las probabilidades de escapar del edificio en caso de incendio y mantiene en su cabeza una batalla moral entre el deber de salvar a Antoinette y sus probabilidades reales de supervivencia en caso de hacerlo.

Sopesa números y estadísticas en una habitación con ventanas de doble cristal blindado donde no entra ni un rayo de la luz del sol; iluminada sin embargo por la fluorescencia del camino de salida de emergencia marcado en el suelo y las flechas que señalan los puntos de luz y la ubicación de las linternas más próximas. Le persigue siempre la indignación por no haber conseguido un piso en la primera planta, suficientemente elevada del nivel de la calle como para prevenir la entrada de ladrones o criminales de cualquier tipo, lo bastante cerca de la vivienda del portero como para avisarle regularmente de los daños, desperfectos o zonas inseguras del edificio sin tener que utilizar mucho el ascensor ni tener que bajar y subir tantos tramos de escaleras, y lo bastante cerca de la calle para evacuar por la puerta principal en caso de que fallaran los sistemas de alarma y salidas de emergencia.

Lo bastante segura para él, al fin y al cabo.

El olor del perfume de Antoinette le molesta, le bloquea parte de los sentidos y le hace vulnerable al impedirle detectar con suficiente rapidez algo como, por ejemplo, una fuga de gas butano o una columna de humo procedente de un incendio acabado de provocar. Piensa en decirle tan pronto como se despierte que no utilice más perfume, al menos mientras se quede a dormir en su casa.

Se remueve inquieto por la cama con la idea en la cabeza de que podría haber una emergencia ahora mismo y él no podría detectarla más que por el sonido de las alarmas – en caso de funcionar correctamente –, lo cual podría ser demasiado tarde como para actuar debidamente. Siente la necesidad de levantarse, de comprobar que son más de las 7 de la mañana en el reloj digital de la mesita, aunque sabe que no es cierto. Su mano acaricia la piel de Antoinette, tumbada apaciblemente a su lado y sopesa por un brevísimo instante si el poder mantener a una persona, una buena persona, a su lado no será más importante que ser tan precavido con absolutamente todo cuanto le rodea.

Siente un picor y un sabor amargo en la garganta. ¿Cómo se puede ser tan estúpido? Es evidente: sobrevivir es lo más importante.

El olor a humo y una maldición son las primeras cosas que percibe del domingo, de cada domingo de cada semana de cada año hasta que un día, por fin, consiga largarse de casa. Seguro que ni siquiera son las 9 y mamá ya está cocinando. Ayer oyó la conversación por teléfono de cada sábado, su padre borracho al otro lado de la línea, no había duda, y sabía desde que se acostó que esta mañana sería como todas las mañanas de domingo.

Micky para sus amigos, Miguelito para la abuela, gira la cabeza y la esconde bajo la almohada. En su cuarto huele a humedad desde que le prohibió a su madre entrar a limpiar cuando él no estaba. Deja caer los brazos por el lado de la cama que da a la ventana (¿cuándo puñetas van a reparar la persiana? Ya ni siquiera puede saber cuándo se hace de día) y nota el rollo de papel higiénico que se trajo la pasada noche.

Noche de sábado: cerrojo y porno de pago. Un día le van a pillar, lo sabe, y el domingo siguiente su madre se levantará todavía más temprano para hacer tostadas y huevos que no se comerá nadie más que el gato.

La boca le sabe a sueño y sequedad. Nota la lengua como el esparto y sabe que ayer olvidó apagar la calefacción de su cuarto. Alarga la mano hasta el vaso de agua que deja en la mesita cada noche pero se acuerda de que ayer apagó en él las colillas. Maldice entre dientes y acomoda la cabeza sobre la almohada notando el tacto familiar y rasposo de las sábanas viejas que evocan en su mente dibujos de dinosaurios y superhéroes.

En la cabeza de Maribel, en cambio, danzan los duendes y las hadas. Puede oír el móvil del techo tintineando, transportando a los personajes de cuento en sus avioncitos y hojas otoñales, lanzando destellos con los espejos que son sus ventanas diminutas por las paredes verde claro de su habitación.

Las sábanas de algodón y la colcha de felpa huelen a mamá y son tan mullidas como (de eso está segura) las nubes en verano. Ya puede saborear las magdalenas rellenas de mermelada de fresa o de trocitos de chocolate que traerá papá de la panadería cuando se despierte. Pero todavía no es hora. Todavía falta para que empiecen los dibujos en la tele y papá y mamá se pongan a hablar del trabajo de papá, de porqué sólo puede visitarlas los miércoles y los domingos y de una señora y unos niños que Maribel todavía no conoce.

Con los dedos prensiles sobre la esfera de control, Weckre pasa la película hacia adelante para ver como, al final, Sandra vuelve a casa de su madre después de acostarse con su jefe, del que llevaba años enamorada, y darse cuenta de que él no sentía lo mismo; Julio hereda la empresa pero sufre un infarto a los pocos años provocando la muerte triste y decadente de su anciano padre en la residencia de lujo donde le había llevado; Antoinette deja a Fernando al descubrir de que vive obsesionado con la muerte justo el día antes de que le atropelle un tranvía al ser empujado por una pareja que discutía en la parada; Miguel se muda con su abuela cuando su madre es ingresada en una clínica psiquiátrica después de que encierren a su padre por homicidio involuntario al precipitar a un hombre a las vías del tranvía en una discusión por dinero con una prostituta; Maribel conoce a sus hermanastros cuando se quedan huérfanos de madre y sus padres deciden formar una única familia que se disuelve a los pocos años cuando el hermano mayor cumple los dieciocho y decide reclamar la patria potestad de sus hermanos y hermanastra acusando falsa pero eficazmente a sus padres de malos tratos.


Bosteza con sus dos bocas ocultando tras ellas los ojos saltones de ese color marrón oscuro que tanto atrae a las chicas por su exotismo, y apaga el distavisor.

- ¿Qué tal tu generación extra-planeraria? – pregunta su hermano cuando le ve salir de la sala de audiovisuales galácticos – ¿Te ha tocado un sitio interesante?

- Un bloquedepisos en la Tierra – responde encogiéndose de hombros –. No está mal para hacer el trabajo de Conducta de las Especies pero los humanos son bichos muy miserables para tener tantos sentidos.

- ¡Ha! Eso es que has visto sus finales.

- No es eso. Los finales en sí no son lo miserable – responde Weckre rascándose lo que en un humano sería más o menos la axila –: lo miserable es cómo se sienten hasta llegar a ellos.

11.03.2009

Tristeza

Otra narración breve sacada de un blog anterior que llevo actualizando un poquito más que éste. Postearé lo que tengo allí a razón de narración por día (vamos a excluir los fines de semana) hasta que los dos blogs estén igualados.

El ejercicio en cuestión trataba de buscar en mi casa algo que pudiera inspirarme un relato. Era agosto, si no me equivoco y, al mirar por la ventana, decidí crear algo totalmente opuesto a lo que se veía a través de ella. Salió una cosita un poco rara aunque no me desagrada ^^

Título: Tristeza
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 730
Género: se me hace difícil definirlo... así que lo dejo sin etiqueta
Nota: Esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com . Gracias.

Tristeza

Observo la lluvia caer detrás de los cristales de mi ventana. Estoy sentado en la repisa, con un té caliente entre las manos y una manta envuelve mi cuerpo. Aún así, el frío del otoño se me mete en los huesos. Dentro de poco tendré las piernas tan entumecidas que ni siquiera me podré mover.

Ella se fue hace tres noches. Me dijo que la vida conmigo ya no era vida, que había encontrado a alguien que sí sabía lo que era que la sangre le corriera por las venas. Sin ella estoy perdido, lo sé, lo sabía, es por eso que la seguí.

No cogió ropa al irse ni tampoco dinero. Al sitio que iba, dijo, no lo necesitaba. Solamente se llevó un relicario en el que tenía una foto de su madre, en paz descanse. Salió de casa en plena noche. Yo esperé unos minutos y bajé detrás. Sabía que si me veía se iba a enfadar conmigo, que me iba a gritar. Iba a perderla para siempre si me descubría pero si no la seguía… ¿quién sabe si volvería a verla?

Se metió por un callejón oscuro cerca de la estación, a unos minutos andando desde la que fuera nuestra casa. Ahora la miro y me parece desierta, sombría. La luz mortecina de la luna de otoño se filtra a través de las cortinas deshilachadas por donde antes entraba la luz cálida del día.

Apenas veía nada en el callejón, las farolas que debían de iluminarlo o bien estaban rotas o bien estaba fundidas. Avanzó un poco más entre las sombras y, de repente, una sombra se le agarró y la besó como yo jamás he sabido hacerlo. Un gemido se le escapó cuando el individuo creyó oportuno soltarla y se quedaron mirándose un instante, como si el tiempo significara tan poco para ellos como para los árboles milenarios.

Era un tipo alto pero poco más que yo. Vestía elegantemente, con un traje oscuro que resaltaba su figura esvelta y juvenil. Así que era aquello: dinero y belleza. Los dos grandes tabúes de nuestra era me habían superado. Ahora me daba cuenta de porqué la gente envidia y odia a la vez a la gente que es guapa y rica.

Pero él no era gente, al menos no en el sentido corriente de la palabra. Tenía algo perturbador, como un aura que le rodeaba y que hacía que todo lo que tenía cerca se convirtiera en silencio. Había algo en sus ojos, un brillo que resistía la oscuridad del callejón, un brillo que se había instalado también en los de ella.

Lo supe cuando se volvieron y me descubrieron, cuando me miraron como si no les importara que la hubiera seguido. Me miraron y me sonrieron con sus labios rojos y sus dientes blancos que refulgían en las sombras. Y entonces me di cuenta de que ella ya no era parte de mí sino de él, de que el beso que me iba a dar en ese instante sería el último que recibiera.

Desde que se fue, desde ese último encuentro, la casa se me cae encima y siento el frío del invierno venidero crecer en mi cuerpo como si lo fuera a inundar. Sólo quiero cerrar los ojos y descansar en paz…


***

- Le acompaño en el sentimiento, señora Martin.
- Muchas gracias, joven. ¿Conocía usted a mi hijo?
- Sí señora, trabajaba con él en la oficina. ¿Qué fue lo que realmente le sucedió? Un día estaba bien y al siguiente,…
- Bueno, Marta se fue y…
- ¿Fue eso todo? ¿Se hizo daño por la separación?
- Oh no… no se hizo daño a sí mismo, no…
- Disculpe la impertinencia, señora…
- Oh, no se disculpe joven. No importa. El caso es que simplemente enfermó. Se pasaba los días sentado en la repisa de la ventana. El sol le daba tanto que podría haberse quemado pero él aseguraba que hacía un frío invernal y que la lluvia le relajaba. Es agosto ¿sabe?
- Claro…
- Él parecía no saberlo. Ni siquiera ha llovido en todo el verano…
- ¿Y como es eso posible?
- No lo sé, hijo, nadie lo sabe. Los médicos sólo me dicen que es como si se le hubiera consumido la sangre. Mi hijo se fue apagando y cuando murió, ya no le quedaba ni una gota dentro.

11.02.2009

Pirata

Empiezo, pues, la "era de los relatos" en este blog con un ejercicio rápido de hace un tiempo.

El ejercicio se trataba de escribir algo no más largo de 3 páginas, narrado en presente y que tuviera que ver de alguna manera con la tecnología o la ciencia ficción.

No sé si lo habré conseguido pero espero que os guste ^^

Título: Pirata
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: 454
Género: Ciencia Ficción (en general, no vamos a entrar en etiquetas más detalladas)
Nota: Esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com . Gracia.



PIRATA

La base de datos está a punto de reventar.

Corre, corre por los laberintos de la red como si te persiguiera el minotauro pero tus piernas van cada vez más lentas.

Contraseña.

Un cortafuegos.

La habilidad te salva.

La ansiedad invade tu cuerpo como si te estuviera follando, con la misma sensación orgásmica de saber que estás haciendo algo prohibido, que pueden pillarte… que no van a hacerlo.

Demasiado tiempo viviendo de la adrenalina de los asaltos.

Esta vez ha sido el servidor de un organismo gubernamental, la anterior fue el de una empresa transnacional, como podía haber sido el de un centro de investigación, un registro policial o una central termonuclear. Tal vez fueron alguna vez. Son tantas que ya no puedes recordarlo pero algo queda. Siempre queda.

La emoción del descubrimiento, de ver la luz de un túnel de entrada. Penetrar en un espacio oculto al que no deberías tener acceso, como los antiguos saqueadores de pirámides. El placer de mover los hilos a tu parecer sin que nadie pueda hacer nada. Bloquear accesos, borrar huellas, conseguir llegar sano y salvo a casa después de la persecución de los centinelas sabiendo que están completamente a oscuras, ciegos a tu identidad pero no a tus acciones.

Dejar tu marca en la red, en el mundo que rige al mundo.

El último recodo del camino. Los centinelas quedan atrás y tu nave pirata llega a buen puerto.

Buen trabajo, capitán.

Te levantas el visor de la pantalla y los dedos todavía tiemblan dentro de los guantes de teclado.

Es lo mejor de la vida: mejor que el chocolate, mejor que la velocidad, mejor que el sexo.

Desconectas la unidad de comunicaciones. La nave se merece un descanso. Mañana será otro día: largo, duro, emocionante.

Todavía tienes el corazón acelerado. Miras hacia la puerta de la habitación secreta y piensas durante un instante que en cualquier momento alguien podría dar con la clave de acceso, escondida en el código de barras de un viejo libro de informática. En cualquier momento la puerta podría deslizarse dentro de la pared y dejar al descubierto tu gran sala de ordenadores, tu centro de operaciones, tus naves piratas. Y eso sería el fin.

Una sonrisa se dibuja en tu rostro.

Hace tiempo, cuando el overcraft chocó contra aquella cabina de descarga de e-books a doscientos por hora también te dijeron que era el fin. Cuando tus piernas dejaron de sostenerte y te negaste a los implantes biónicos todo el mundo creyó que jamás volverías a hacer nada por ti mismo.

Acaricias las palancas de tu aerosilla y la sonrisa se ensancha un poco más.

Fue un final, eso es cierto, pero todo final es a su vez un comienzo.

El regreso

Cuando creé este blog no me imaginaba que las circunstancias ( y una buena dosis de vagancia) me obligarían a dejarlo abandonado a su suerte durante tanto tiempo. Podría haber dejado que expirase en paz, sin pena ni gloria, registrar otro dominio y seguir adelante. Pero el nombre que lleva hace honor a alguien que me inspiró mucho de ambas, la primera sin quererlo, aunque ésta amainará con el tiempo; la segunda, con su simple presencia, pero sobretodo por su amor incondicional, su alegría, su atención, sus travesuras y esa infinidad de cosas que la han hecho especial, única e irremplazable.

Siendo así, me niego a que este blog desaparezca sin poner en él cada pizca de esfuerzo, creatividad y voluntad que corran por mis venas. De manera que sed bienvenidos de nuevo a Mi Mundo, que ahora se expresa en palabras, cuentos, historias... sueños al fin y al cabo.

Espero que soñéis conmigo.