1.20.2011

Hiperbreves II

Más hiperbreves y un anuncio: hace un tiempo presenté una novela de Ciencia Ficción a un concurso organizado por Playstation y una editorial. Desafortunadamente, no gané (de lo contrario sería un poco más "millonetis" y todos jugaríais al juego de mi libro XD). La cuestión era que la novela necesitaba una revisión y reescritura profundas. Como es normal en mí, me desanimé y lo dejé de lado, pero este Fin de Año, mi beta y amiga María me buscó las cosquillas y, una vez encontradas, he decidido darle ese repaso que tanto necesita e intentar publicarla. Como es lógico, no podré poner nada aquí, pero hacerlo público es una de las maneras que tengo de obligarme a seguirlo y no dejarlo colgado.
Dicho esto, os dejo con los hiperbreves que he escrito durante las dos últimas semanas (esta dudo que escriba nada, con los exámenes a la vuelta de la esquina!). ¡Hasta pronto!

HIPERBREVES II

Por no callarse

Dice la leyenda que cayó sobre ella una maldición: cada vez que abriera la boca para el elogio, la envidia y la ponzoña que la habían consumido antaño caerían sobre el objeto de su deseo, destruyéndolo para siempre.

Esta es la razón, después de años de deliberar en silencio, por la que la princesa decidió hacer muy feliz al hombre más feo, ignorante y villano del reino.

Lo Lo que nos hace hombres

¿ Qué es lo que diferencia a mi especie de la tuya? – preguntó un sabio a su perro sin ninguna voluntad retórica.

El animal agitó el rabo alegremente e inclinó la cabeza como si le estuviera entendiendo. Tras él, el fuego consumía la leña en el hogar.

Vocación

Cogía la pluma y no podía parar; encendía el ordenador y no había descanso para sus manos; hojeaba libros de consulta y diccionarios, y su cerebro jamás descansaba. Escribía, corregía, reescribía y repasaba. Mecanografiaba, imprimía, encuadernaba, ensobraba y enviaba. ¿Y luego? Luego volvía a coger la pluma, el ordenador y los libros de consulta; a escribir, a teclear y a leer; a mecanografiar, a imprimir y a mandar por correo lo que había escrito. No paraba ni para comer y siempre tenía qué leer en el baño.

Así que, cuando le preguntaron a su marido de qué había muerto la célebre autora, dijo que “de publicar”.

Prosperidad

Quería hacer algo grande con su vida, algo por lo que su nombre jamás muriera y su persona fuese eternamente recordada.

Hojeaba los libros de historia sin mirarlos, con la eterna convicción de que Julio César, Juana de Arco o Iván el Terrible lo habían tenido inmensamente más fácil. Él no tenía el tamaño del cerebelo de Einstein, ni el del bolsillo de Edison o el tiempo libre de Mary Shelley, pero quería que su nombre figurase, como los de aquellos, en la memoria de la humanidad.

De modo que un día, sin pensarlo más, decidió que sería el hombre que voló el Parlamento.

No pegar ojo

Érase una vez un inventor que no dormía, pues pensaba que la inspiración podía cogerle en sueños, y él nunca los recordaba.

Sin embargo, de puro agotamiento, jamás se le ocurrió inventar nada para grabarlos.

Abandono

- - Te dejo – le dijo ella con lágrimas en los ojos. Se había llevado todas sus cosas días atrás, pero había vuelto para despedirse -. Tienes que entenderlo – vaciló su voz mientras apartaba la mirada -. Ya no me siento segura contigo y ahora… -suspiró y se tocó afectuosamente la barriga –. Ahora tengo que mirar por dos.

Se hizo un tenso silencio mientras un hombre trajeado les miraba con cierto descaro.

- Gracias por todo – dijo ella al fin, se besó la palma de la mano y la apoyó en el capó antes de marcharse del concesionario.

Entre algodones

Se mecía como las hojas de un árbol al compás de la brisa de un día de verano, aunque no acabase de visualizar del todo aquella escena, pero le gustaba. Le gustaba casi tanto como el olor a anís y espliego que le llenaba los sentidos, como los tímidos rayos del sol, que le calentaban sin molestarle.

El vaivén del transporte era agradable, plácido, tranquilizador. Seguramente el paisaje que se veía por la ventanilla era algo idílico, pero el cansancio le vencía y se sentía tan a gusto y relajado, que acabó durmiéndose al volante.

Vida social

“No tengo tiempo de acabar el trabajo, ¡tengo demasiado que hacer!” le había dicho a su compañera de laboratorio por Facebook, justo antes de twittear una versión más corta y actualizar otra, considerablemente más larga, en su blog, myspace y livejournal. Luego se había hecho un té, estresado por aquel montón de trabajo, había hablado con varios conocidos por el Messenger, subido fotos al Fotolog, Tumblr y Picassa, un par de dibujos a Flickr y Deviantart, posteado en cuatro o cinco foros y comunidades, y comido cantidades ingentes de tortitas de arroz.

A las 3:36 de la madrugada colgaba su mensaje de buenas noches en Buzz, Facebook y Twitter y se acostaba, pensando en el montón de gente que, ojalá, siguiera interesada en su vida mañana.