1.25.2010

Lirio y la dama blanca

He aquí un pequeño cuento de escritura automática, es decir, coger la página y empezar a escribir sin ideas ni palabras ni imágenes premeditadas ni pensadas con anterioridad.

Seguramente se podrían decir muchas cosas del cuento, pero espero por mi bien que nadie me psicoanalize a través de él XDD

Título: Lirio y la dama blanca
Autora: Anna Morgana Alabau
Palabras: pues no lo sé, porque he empezado a escribir directamente en el post ^^
Género: drama? nose
Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

Lirio y la dama blanca

- ¿Qué haces, Lirio? - preguntó cansado el profesor.

- Espero a la dama blanca - respondió él con tristeza.

El profesor le miró con tristeza en los ojos y sus lágrimas contenidas se unieron a las del infante, sentado a la orilla del mar lavanda. Un suspiro escapó de sus labios, tan breve como la vida de Lirio, y con gesto agotado se volvió a su despacho.

- ¿Qué haces, Lirio? - preguntó la enfermera un rato después.

- Espero a la dama blanca - respondió Lirio de nuevo. Sus piernas inmaculadas danzaban en el aire, suspendidas de su cuerpo sobre la repisa del muro que encerclaba el edificio, la orilla del mar lavanda que arremetía sus olas contra los bloques de piedra bajo sus pies.

La enfermera meneó la cabeza con tristeza, planteándose si acariciarle el pelo rubio y brillante como señal de cariño. Pero lo desestimó y se alejó hasta el patio interior donde los naranjos ya empezaban a dar sus frutos rojizos.

Lirio seguía mirando hacia el mar, a sus olas lavanda que se mecían como una madre mece a un bebé en la cuna, al aire anaranjado que movía las nubes violeta en su cielo claro de verano, danzando con sus piernas suspendidas del alto muro.

- ¿Qué haces, Lirio? - preguntó otra de las enfermeras.

- Espero a la dama blanca - contestó sin siquiera pestañear.

- ¿Quién es la dama blanca, cielo? - volvió a preguntar ella, que jamás se había percatado del niño rubio que, día tras día, miraba al mar desde el alto muro que protegía el edificio.

- La dama blanca es mi mamá - respondió él sin apartar un segundo la vista del mar.

La enfermera abrió la boca para hacer otra pregunta, pero algo la calló. Se dio la vuelta, repentinamente asustada, y corrió hacia una de sus compañeras, que atendía a otros enfermos en el patio de los naranjos.

- Lisabel - la llamó -. Lisabel ¿puedes ver a Lirio, sentado en el muro mirando al mar? - preguntó aterrorizada.

Lisabel la miró con tristeza, miró al muro y otra vez, con cierto alivio en el cuerpo, de nuevo a su compañera.

- Lo siento Linda, de veras que lo siento.

La enfermera corrió entonces, presa del pánico hasta el despacho del profesor, pero alguien la detuvo antes de que entrara.

- Él también le ha visto - le dijo otra de sus compañeras, que la mantenía asida por el brazo. Linda sintió que las lágrimas empezaban a resbalarle mejillas abajo y que una pena inmensa invadía todo su ser -. No llores Linda, querida, no es tan malo como parece.

- Pero vamos a... vamos a... - balbuceaba la enfermera, incapaz de pronunciarlo.

- Sí. El profesor le vio ayer, yo, hace una semana - explicó Millie -. Ahora que somos tres, la dama blanca puede cruzar el mar lavanda y pasar una noche con su hijo. El precio, somos nosotros.

- Pero yo no quiero... no puedo... - balbuceó otra vez, llorando con todo su sentimiento.

- Mírale, Linda - dijo Millie con dulzura -. Mira a Lirio y dime si la muerte no es un precio muy bajo para que este niño pueda dormir en los brazos de su madre otra vez.

Las lágrimas cegaban los ojos de Linda, la rabia, la injusticia, el miedo no le dejaban ver. Millie pasó su manga por los ojos de ella y Linda observó un momento a Lirio, sentado en el alto muro de cara al mar lavanda, sonriendo con tristeza mientras sus piernecitas danzaban al aire del verano. Le miró y sintió lástima, amor, ternura. Luego miró a su compañera con la mirada triste que ahora los tres compartían y respondió:

- Sí, lo es.

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