1.13.2011

Hiperbreves I

Sí, llevo muchos días sin escribir nada (aquí): demasiado en la cabeza, y fuera de ella. Lo que sí intento hacer es escribir, al menos, un hiperbreve o microrrelato cada día, antes de acostarme. De manera que, a falta de una historieta que poner (lo último que he escrito me lo reservo para la novela / whatever steampunk que estoy intentando escribir, con penas y esfuerzos ^^), os dejo con unos cuantos hiperbreves de los míos... ¡Que aprovechen!

Nota: estos relatos son propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y están protegidos legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarlos o los has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

El prestidigitador

- V - Voy a hacer algo que no ha visto nunca nadie – dijo el prestidigitador a su audiencia.

- - - - ¿Y qué puede ser eso? – le increpó el que fuera el borracho del pueblo desde la grada.

Cuando el prestidigitador movió los dedos en silencio, en una fracción de segundo, a Jeremías se le quitaron las ganas de beber de por vida.

Nevada

La nieve caía y se pegaba a los cristales, a los techos y al suelo. Dentro de la casa se estaba bien; dentro de ambas. Fuera, en el mundo, hacía el mismo frío que en el interior de la bola de cristal.

El oportunista

Martino no era un estafador ni un farsante ni un ladrón, ni de guante blanco ni de mano desnuda. No era un mentiroso ni un tramposo ni un falsificador ni un timador, de poca o mucha monta, ni un tunante ni un mafioso… y desde luego no era ningún caco.

¿Qué culpa tenía él de saber aprovechar las oportunidades que le brindaba la vida sin preocuparse por desmentir la idea que se hacían, tan libre como erróneamente, de él los demás?

Consciencia

La llevo en mi maleta, vaya donde vaya. Siempre es parte de mi equipaje. Se queda ahí, junto al ordenador, entre los papeles revueltos, los libros y los post-it pegados a ellos, y me mira con reprobación cada vez que abro el maletín. Me mira frunciendo el ceño, chascando la lengua, gritándome en silencio que da igual que esconda en la maleta mi consciencia: un escritor no debería cometer los crímenes de los que vive; un asesino no debería escribirlos.

La pasajera

Se subió al tren sin mirar atrás, eligió asiento y acomodó su maleta de mano en el compartimento superior del vagón; todo sin perder de vista ni un segundo su pequeño bolso floreado. Se quitó el sombrero y el abrigo y los colocó con gracia en el asiento contiguo. Luego se sentó, dejando reposar el diminuto bolso sobre sus estilizadas piernas. Sintió una punzada de remordimiento cuando Roberto apareció corriendo por el andén, con el pelo revuelto, las mejillas sonrojadas y el corazón desbocado. Pero saber que, dentro de la tela estampada de su bolsito, se encontraban los beneficios del timo que con tanto esfuerzo habían llevado a cabo era lo suficientemente reconfortante como para olvidar al amante defraudado, que seguía de pie en el andén de la estación, mientras el tren avanzaba hacia su nuevo y prometedor futuro.

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