9.10.2010

Stairway to Heaven

Hoy actualizo con algo mío, una cosilla improvisada que me he puesto a escribir directamente en el post como ejercicio. ¿La inspiración? La canción Stairway to Heaven de Led Zeppelin que sonaba desde el YouTube de la pestaña siguiente de mi Mozilla. ¿La depresión? Es que después he puesto Opeth... haha Espero que os guste.

ORO

Hay una mujer que asegura que todo lo que brilla es oro, pero sabes que miente, porque ya nada consigue brillar en esta ciudad.

Hace mucho tiempo, cuando el cielo aún era azul y el aire se podía respirar, alguno de nosotros podría haber llegado a creer que era posible, que la Tierra podía darnos todo aquello que necesitaríamos para vivir, y que nunca se iba a terminar. Pero ahora sabemos que era sólo un sueño. Los árboles han perecido, los ríos se han secado, no queda más que desierto, polvo y muerte a nuestro alrededor. El oro ha desaparecido, si es que alguna vez existió, y lo único que puede recordárnoslo son los rayos crueles del sol abrasador que nunca descansa, que asedia la Tierra y aniquila la vida desde las alturas, sin que nada ni nadie lo pueda detener.

Ni siquiera construyendo una escalera hacia el cielo.

Hace años que no veo una cara, ni siquiera la mía. Como ratas, vivimos en los túneles que nosotros mismos cavamos bajo el suelo de la ciudad. Como topos, ciegos a lo que nos rodea. Vemos a través de la maquinaria que un día ayudó al ejército a atacarnos en la oscuridad. Respiramos a través de máscaras anti-gas que empiezan a fundirse con nuestra piel. Somos los únicos, los resistentes, los supervivientes de nuestra especie y, aun así, hace demasiado que dejamos de ser humanos.

Muy pocos de nosotros recordamos ya cómo es una sonrisa, a qué sabe un helado o qué tacto tiene la piel de otra persona al contacto con la nuestra. Nos aislamos del exterior tanto como podemos para no morir, mientras, en nuestro interior, hace tiempo que hemos perecido.

Somos pocos los que recordamos cómo leer y escribir. La mayoría abandonamos el habla hace demasiado y, cada vez que el aire pasa por nuestras gargantas atrofiadas e intentamos proferir un sonido, un dolor lacerante nos atraviesa y nos invade. Éste es nuestro castigo, nuestro propio apocalipsis, el final de nuestra raza: ciegos ante el mundo, sordos en el silencio de nuestro propio enmudecimiento, incapaces de tocar y de sentir en una Tierra sin hedores ni aromas.

Y aún, en las paredes polvorientas de los túneles a medio derrurir, la dama dibuja con barro una y otra vez, sin descanso, asegurándose a sí misma y a los demás que hay algo allí afuera, algo que merece la pena buscar, algo que debemos encontrar; algo que brilla, y que, por lo tanto, tiene que ser oro. Y si la Tierra aún nos regala su oro, es que todavía nos podemos salvar.

Sin embargo, hace mucho que dejé de creer que podemos construir escaleras hacia el cielo.

FIN

Nota: esta narración es propiedad de su autora (Anna Morgana Alabau) y está protegida legalmente contra cualquier intento de plagio. Si quieres usarla o la has visto en otro sitio, por favor, ponte en contacto con morganaofavallon@gmail.com. Gracias.

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